miércoles, 14 de noviembre de 2012

Valoración final y conclusiones

A modo de conclusión, me gustaría incidir en los aspectos que más me han llamado la atención de la asignatura.

En primer lugar, dado el reducido tiempo de docencia otorgado a la asignatura, éste se ha aprovechado de forma oportuna. Las clases no se han planteado siguiendo el tradicional método magistral, sino que se han venido adaptando a las diferentes inquietudes que tanto alumnos como profesor han ido proponiendo como de principal interés. Además, ello no nos ha impedido abordar de forma introductoria las diferentes teorías de la sociología de la educación, contando además con material complementario. Este método, a mi modo de ver, ha permitido que los alumnos marcaran su propio ritmo de trabajo en función de su interés particular sobre esta rama de la sociología.

Las clases han sido bastante dinámicas y muy creativas. Han llenado de propuestas y alternativas educativas que hemos podido valorar personalmente cada uno de nosotros. El foro, pese al elevado número de participantes, constituye también una interesante herramienta de trabajo, sobre todo enfocado al debate. También ha resultado interesante la aplicación de métodos de evaluación poco frecuentes (por desgracia) en la Universidad, concretamente la autoevaluación de referencia para el profesor.

Me gustaría, por otro lado, tomar la palabra al profesor y realizar alguna crítica constructiva. Creo que se han podido realizar afirmaciones poco precisas y poco acertadas sobre algunos temas históricos, concretamente la explicación de la situación de la Península Ibérica inmediatamente previa a la invasión musulmana y las causas principales de la rápida conquista peninsular (atribuida a una supuesta liberación fiscal). Como historiador, siempre intento realizar los apuntes que considero oportunos, siempre y cuando tengan que ver con mi ámbito de estudio o con un tema sobre el que me supongo competente. Las explicaciones simplistas de procesos históricos fundamentales como el mencionado pueden generar errores conceptuales entre quienes -desconociendo la realidad histórica- los asumen como verdaderos, perpetuando a su vez el error. En cualquier caso no lo considero un problema serio, pero sí me siento en la obligación de hacer este tipo de anotaciones.

Dicho esto, al margen de los citados inconvenientes sin importancia, no me queda sino manifestar mi satisfacción como alumno del Máster respecto a la asignatura. Ha cumplido con mis expectativas de introducción a la sociología de la educación sin seguir un guión estático e inmóvil. Todo lo contrario: la clase se a adaptado al alumnado, algo poco frecuente en la educación superior.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Relativismo

Otro de los temas que me interesan sobre la sociedad actual es el relativismo imperante, tanto a nivel moral como filosófico. Da la sensación de que las mentes pensantes de la actualidad están deprimidas y sumidas en un escepticismo general en cuanto a las grandes cuestiones del hombre: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Hay algo más allá? El deseo de trascender del ser humano parece haber sido golpeado duramente por la apatía y el desinterés. La Verdad (con mayúsculas) ya no interesa como antes, especialmente entre la gente de a pie.

La afirmación "todo es relativo" ha hecho mucho daño. ¿Cuántas veces hemos oído "para mi Dios existe"? No nos equivoquemos. Dios, exista o no, lo hará o no lo hará para todos, no para unos pocos. ¿Acaso la vida democrática nos ha hecho creer que todas las teorías son igual de válidas, igual de verdaderas, igual de correctas? Hemos radicalizado el discurso de la igualdad hasta tal punto de llegar a un "todo vale", a un "esto es así para mi" y un "aquello es así para ti, pero no para mi", como si cada uno viviera una realidad propia independiente de la realidad común en la que todos nos movemos. La pluralidad de posiciones, legítima y natural, ha dado paso a un pluralismo indiferenciado basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. La Verdad ha perdido su carácter exclusivo y absoluto. En este sentido, todo se reduce a opinión. 

Y si todo son meras opiniones, ¿por qué debatir? ¿por qué dialogar? Si todas las opiniones son igualmente válidas, ninguna lo es. Si no existe una Verdad universal como punto de referencia común a alcanzar por todos se deduce que nada es verdad, que nada es bueno o malo y que cada uno decide por autoconvencimiento lo que es verdad para él. Algunos teóricos relativistas, llevando el escepticismo a los límites, han optado por determinar que no existe esta Verdad común a todos los seres humanos. 

Esta es una actitud derrotista y simplista, por no decir también cómoda. Que la Verdad no pueda ser conocida en su totalidad no implica que no exista. De hecho, la Verdad existe necesariamente, pues sino no sería verdad. Es más, los propios escépticos absolutos deben partir necesariamente de una verdad contradictoria: que no existe la Verdad. Esta actitud no sólo no es aceptable por su intrínseca contradicción, sino que no puede ni debe ser deseable por nadie. De todas las teorías sobre la realidad, el escepticismo constituye la más deprimente e inhumana de todas. Como las demás, no es demostrable. Por lo tanto, ¿por qué optar por la teoría del nihilismo? Sólo tiene utilidad teórica, no práctica, ya que su puesta en práctica conduce necesariamente a la depresión. Ni siquiera es posible ser completamente coherente con un pensamiento escéptico. Antes o después el escéptico se pronunciará a favor o en contra de decisiones ajenas y alzará la voz para decir "eso está mal" o "eso es injusto" cuando vaya contra sus intereses. Ellos achacarán el error a la educación y la influencia sociocultural que les rodea, pero está demostrado que todos los pueblos de la historia, aislados o comunicados, coinciden en un conocimiento natural de verdades morales básicas comunes (y que no se fundamentan en un positivismo).

Todos afirmamos o creemos estar en posesión de la verdad, que nuestras ideas son las más correctas y que los demás deberían tenerlas en cuenta. Y esto no tiene absolutamente nada de malo, es totalmente natural. Es más, siempre y cuando no impongamos por la fuerza nuestras creencias, defender y argumentar una teoría será un buen ejercicio de racionalidad y de actitud crítica ante la realidad que contribuye a conocerla aun más y mejorarla. Pero por desgracia, el imperante relativismo hace cada día más inútiles los debates y la investigación. Las verdades son ahora personales y se construyen simplemente con el autoconvencimiento.

No podemos permitirnos caer en esta ingenuidad tan cómoda de creer lo que nos conviene independientemente de su racionalidad. Que existe una Verdad es un hecho objetivo y universal que nos afecta a todos. Que es difícil conocerla, incluso imposible, también. Pero somos seres humanos, no podemos permitirnos desechar todos los avances de la filosofía y perder la esperanza de encontrar respuestas definitivas a nuestras inquietudes. No podemos conformarnos con verdades parciales y provisionales respecto a la naturaleza del hombre y la realidad. Por ello creo que, desde el respeto, deben rebatirse contundentemente las teorías relativistas y el escepticismo radical. Por nuestro bien y por el suyo. No deberíamos dejarnos avasallar por quienes califican de "totalitario" a quien defiende su teoría como verdadera o mejor que la de los demás. Sería estúpido no creer que tu teoría es la mejor si es la que estás siguiendo o seguir una teoría si no crees que es la mejor. Claro, que en nuestra sociedad la incongruencia está a la orden del día.

No nos confundamos  hay que respetar siempre a las personas, pero no necesariamente las teorías. Es más, no deben respetarse (aceptarse como factibles) las creencias que van contra la razón, sobre todo si son dañinas con el ser humano. Respetemos a las personas y su derecho a expresar sus creencias, pero si no creemos que sean aceptables, debemos iniciar el debate dialéctico. Lo más importante, a día de hoy, es saber discernir entre lo correcto y lo conveniente, adjetivos muy distintos y muchas veces opuestos que se confunden con facilidad.

martes, 6 de noviembre de 2012

Sexo, género e igualdad

Uno de los temas sociales que más me han interesado últimamente es el concepto de género, la ideología de género o movimientos sociales de género. Es un tema verdaderamente escabroso y que generalmente toca la fibra sensible, pero me parece de vital actualidad e importancia por las repercusiones que esta ideología tiene y puede llegar a tener en nuestra sociedad. Es por ello que dedicaré bastantes líneas al asunto.

En primer lugar, me gustaría distinguir entre feminismo e ideología de género. La primera es un movimiento histórico que pretendía lograr la igualdad del hombre y la mujer en la vida social, superando los perjuicios históricos que habían llevado a menospreciar a la mujer en los distintos ámbitos. La ideología de género, pese a haber nacido en el seno del feminismo, es algo muy distinto.

El concepto de género, en sustitución al tradicional término sexo, se ha venido imponiendo en los últimos años a raíz de la actuación de movimientos de corte feminista-marxista (generalmente) que abogan por una idea constructivista de la identidad sexual. Pero comienza a hablarse de género ya desde finales de los años 60 en el ambiente intelectual de cuestionamiento del orden y sistema imperante que caracterizó el Mayo del 68.

Las intelectuales feministas seguidoras de los planteamientos de Simone de Beauvoir (a la que se le atribuye la famosa frase "la mujer no nace, sino que se hace") empezaron a mostrarse críticas contra el feminismo anterior, considerándolo erróneo en su única finalidad de conseguir la igualdad entre ambos sexos. Estas nuevas feministas, que podríamos calificar "feministas de género", consideraban que la verdadera igualdad no se conseguiría equilibrando la participación (política, laboral, social, familiar) de hombres y mujeres, sino que únicamente podrá alcanzarse cuando desaparezca la propia distinción entre hombre y mujer. Lo que de verdad esclaviza a la mujer es su propia existencia como ente distinto al varón.

Para el feminismo de género no existe una identidad sexual natural, es decir, no existen el hombre y la mujer como identidades diferenciadas por su naturaleza. Lo que existen son unas construcciones sociales elaboradas y controladas por los varones para mantener a la mujer limitada a su función reproductiva. La liberación de la mujer llegaría, desde esta perspectiva, cuando sea liberada de esa función atribución de proporcionar descendencia a los hombres. Es por ello que la ideología de género está jalonada por un intrínseco rechazo a la maternidad y al matrimonio, siendo este último la principal institución de represión impuesta por los hombres.

Dado que desde el feminismo de género no existe una sexualidad natural, la diversidad en la dimensión social de la personalidad de las personas se explica mediante factores culturales. La orientación afectivo-sexual pasa de ser una imposición biológica a una construcción/autoconstrucción cultural que se asimila
No se puede hacer distinción, por tanto, entre unas identidades sexuales u otras (heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad) como más o menos naturales, como más o menos propias de un sexo u otro.

Hoy en día una de las voces más importantes del feminismo de género es Judith Butler, quien defiende que comprender el género como una categoría histórica es aceptar que el género, entendido como una forma cultural de configurar el cuerpo está abierto a su continua reforma y que la anatomía y el sexo no existen, sino un marco cultural. Términos como masculino y femenino son notoriamente intercambiables. Los términos para designar el género nunca se establecen definitivamente, sino que están siempre en construcción. En este sentido, se puede ser mujer en un cuerpo de hombre, y viceversa, ya que cada uno construye su propia identidad afectivo-sexual sin que haya una base natural previa.

El feminismo de género persigue la eliminación de identidades sexuales, sustituyéndolas por identidades de género que cada uno construye y transforma a lo largo de su vida. Es por ello que el matrimonio y la familia (entendidos en el sentido tradicional) formadas por el hombre y la mujer, deben suprimirse y equiparar todas las uniones de personas de cualquier género. Partiendo de estos principios se han aprobado leyes que equiparan el matrimonio entre hombre-mujer a la unión entre personas de la misma identidad sexual.

Se pretende mediante estos mecanismos alcanzar una sociedad sin clases de sexo. He aquí la fundamental vinculación con el marxismo y la idea de lucha de clases. La milenaria lucha entre hombres (patronos) y mujeres (proletarios) no terminará cuando se equiparen sus estatus, sino cuando los hombres y las mujeres no existan. Para ello hace falta un proceso de deconstrucción del patriarcado desde la política y la educación, de manera que las categorías propias del género calen en la sociedad.

Alison Jagger define así la deseada sociedad sin clases ni sexos: el final de la familia biológica eliminará también la necesidad de la represión sexual. La homosexualidad y las relaciones sexuales extramaritales ya no se verán en la forma liberal como opciones alternas fuera del alcance de la regulación estatal. En vez de esto, las categorías de heterosexualidad y homosexualidad serán abandonadas. La misma institución de las relaciones sexuales en que hombre y mujer desempeñan un rol bien definido desaparecerá. La humanidad podrá por fin revertir su sexualidad poliformamente perversa natural.

Opinión personal:

A diferencia del original movimiento feminista, justo y positivo en sus planteamientos de igualdad, la ideología de género viene a ser una apuesta por la construcción personal de la realidad. En este sentido, constituye una ideología (o conjunto de teorías) sin ningún argumento racional. A día de hoy no es aceptable negar el determinismo de la biología. Existen únicamente dos sexos, el masculino y el femenino, y por mucho que uno desee la existencia de otros distintos, la realidad no cambiará. Pretender que el deseo modifique la realidad es ingenuo, la realidad no está sujeta a opiniones. Las perspectivas de la realidad pueden ser más acertadas o erróneas, pero aquella siempre será lo que es. En este caso, la defensa de una autoconstrucción de la identidad sexual no tiene fundamento. Uno puede vestirse como tradicionalmente lo hacen los hombres o las mujeres, puede actuar siguiendo los estereotipos considerados masculinos o femeninos, puede incluso modificar su propia morfología, pero ello no cambiará la realidad: uno es hombre o mujer antes de nacer. 

Desde un punto de vista social, considero un hecho objetivo la necesidad de dar los últimos retoques prácticos (los teóricos ya están asumidos) que aseguren la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Pero la igualdad de oportunidades no implica igualdad radical ontológica. El hombre y la mujer son iguales en dignidad, pero no puede negarse que la biología determine características morfológicas (y psicológicas) entre ambos sexos. En lugar de defender una teoría neomarxista de lucha de sexos, yo apostaría por recalcar la complementariedad de las diferencias sexuales entre hombre y mujer, sin por ello despreciar o menospreciar las relaciones entre iguales.

En conclusión, no creo aceptable el cuestionamiento de la realidad científica sobre la identidad del ser humano. Podemos amoldar la sociedad para que todos nos sintamos respetados y aceptados en ella, podemos dejar a un lado las valoraciones morales en sexualidad, pero no podemos negar la realidad: existen identidades más propias del sexo masculino e existen identidades más propias del sexo femenino.